Svetlana
Aleksiévich recibió en 2015 el Premio Nobel de Literatura y no se equivocaron.
Esta autora mezcla su labor de periodista con la literatura creando así un
nuevo género que podemos ver en
todos sus libros (La guerra no
tiene rostro de mujer, Los chicos de cinc o El fin del “Homo sovieticus”).
A pesar de ser una proeza dentro del ámbito de las letras, no dejaron de
aparecer voces discordantes sobre el periodismo visto como literatura a pesar
de la existencia de otros galardonados que pertenecían al mundo de las crónicas
de los que nunca surgieron dudas sobre su Nobel, como es el caso de Gabriel
García Márquez.
Lo especial de Voces de Chernóbil reside en
la manera de contar este episodio que marcó nuestra historia. El libro se
compone de tres partes, cada una de ellas formada por numerosas entrevistas a
distintas personas de edades y vidas diferentes; está ordenado de manera que al
pasar de un relato a otro tenga una continuidad porque tienen algo en común, ya
sea el oficio de la persona o una desgracia, además del accidente. Asimismo,
cada monólogo está coronado por una frase de la autora para darle un sentido a
lo contado posteriormente, todas ellas con cierta emotividad y sacadas de la propia
narración.
Svetlana trata de contarnos la verdadera historia de
Chernóbil, lo que supuso para esas personas que vivían apaciblemente en esa
ciudad y en los alrededores. Además, al estar ordenado, el libro nos transporta
a esa noche gracias a los ojos de las mujeres que no volvieron a ver a sus
maridos y también aparecen voces que relatan su escapada de Chernóbyl cuando
eran niños. No podía faltar el personal que se hizo cargo del desastre, donde
muchos hombres afirman haber ido a ciegas a retirar escombros radiactivos sin
tener ningún tipo de información y, por supuesto, no se les permitía hablar de
ello en el exterior ni explicar nada a los campesinos. Otras historias vienen
de las personas que se negaron a dejar atrás su hogar y narran cómo era el día
a día donde nadie quería estar, cuentan que la vida en los alrededores era algo
raro, a excepción del entretenimiento que tenían gracias a las mascotas abandonadas
por los que huyeron. Las últimas son las relativas al “después”, a cómo vivían algunos
afectados en el exterior y las consecuencias que sufrieron.
Voces de Chernóbil es el grito
desgarrador de miles de familias que sobrevivieron a un cataclismo y
que no esperaban el sufrimiento que vivieron. Todavía quedaba reciente la
crueldad de ciertas guerras pero no podían imaginar que esto fuese peor. Quizá
lo más duro de los relatos es el darse cuenta de la veracidad en sus palabras,
que no perdían nada con esa entrevista y realmente querían que se supiese la
verdad detrás de todas las investigaciones realizadas. Los daños causados por
la radiación fueron espantosos y por ello se intentó silenciar a la población
de cualquier manera, incluso a los trabajadores de allí, quienes ejercían su
trabajo sin protección y llevaron en la piel radiación que posteriormente mató
a su hijo recién nacido o incluso a ellos mismos.
Sin duda es un libro necesario para comprender la
verdad de la tragedia nuclear, un episodio que mantiene la curiosidad en la
actualidad, sobre todo por el 30 aniversario de Chernóbyl, y que consigue sacar
dinero a costa de pequeñas excursiones por lo que queda de ciudad y de la
central. Ni qué decir la dureza que tiene cada una de sus páginas, es una
lectura difícil y para nada amena, no serán pocas las veces que los lectores
quieran dejar el libro, pero es imprescindible que los relatos de estas
personas se hagan hueco entre nosotros y den voz a los que no pudieron expresarse
en el pasado.